El tío Georg


Mis padres […] aborrecían lo que se llama no hacer nada, porque no podían imaginarse que un hombre de espíritu no conoce en absoluto el no hacer nada, no puede permitírselo en absoluto, que un hombre de espíritu vive precisamente con la mayor tensión y con el mayor interés cuando, por decirlo así, se abandona al no hacer nada, porque ellos no sabían qué hacer con su auténtico no hacer nada, porque en su no hacer nada realmente no pasaba nada, porque en verdad y en realidad no eran capaces en absoluto de pensar […]. Para el hombre de espíritu, el llamado no hacer nada no es posible en absoluto. El no hacer nada de ellos, sin embargo, era un verdadero no hacer nada, porque en ellos no se hacía nada cuando no hacían nada. El hombre de espíritu, sin embargo, es precisamente de lo más activo cuando, por decirlo así, no hace nada. Pero eso no se puede hacer plausible para los que auténticamente no hacen nada, como mis padres y, en general, los míos. Por otra parte, tenían sin embargo una sospecha de la clase de no hacer nada de mi tío Georg, y precisamente porque tenían esa sospecha lo aborrecían, porque sospechaban que su no hacer nada, como era otro no hacer nada distinto, incluso un no hacer nada precisamente contrario, no sólo podía resultar peligroso sino que era siempre peligroso. El que no hace nada, en calidad de hombre de espíritu, es realmente a los ojos de los que entienden por no hacer nada realmente no hacer nada, porque en ellos, cuando no hacen nada, no pasa nada, el mayor peligro y, por consiguiente, el más peligroso. Lo aborrecen porque, como es natural, no pueden despreciarlo.

Thomas Bernhard, Extinción.

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